Introducción

Santiago Hernández Ayllón fue un personaje extraordinario y uno de los artistas fundamentales del siglo XIX mexicano.

Precoz en todos los sentidos, este joven artista participó en la guerra de los polkos y, a los catorce años, siendo un joven cadete del Colegio Militar, tomó parte activa en la defensa del Castillo de Chapultepec durante el ataque de las tropas del general Scott. A él le debemos los retratos de los niños héroes, que dibujó de memoria por encargo del director del Colegio Militar.

Después de trabajar un tiempo como artillero, Hernández decidió dedicarse a la pintura; hizo retratos al óleo y dio clases de dibujo. Al lado de Constantino Escalante, fue uno de los principales impulsores de la llamada “prensa pequeña” y uno de los grandes propagandistas gráficos del liberalismo patriótico durante la etapa inicial de la Intervención francesa.

Entre 1862 y 1863, satirizó a los conservadores y a los invasores en los periódicos El Palo de Ciego, La Jácara y La Pluma Roja. Cuando el ejército de Napoleón III llegó a la capital, Hernández se refugió en la Compañía de Minas de Real del Monte y Pachuca. Allí fue descubierto por los franceses, pero logró escapar y se alistó en las filas del grupo guerrillero de Nicolás Romero, con las que se sabe estuvo en Hidalgo y en Michoacán. En 1865, durante el Imperio, cuando Romero fue detenido, Hernández fue indultado por Maximiliano, quien le encomendó trabajar para la Comisión Científica de Teotihuacán.

Restablecida la república, nuestro artista se reincorporó al periodismo liberal y en 1869 se unió al semanario La Orquesta, donde atacó con ferocidad a Juárez y a sus ministros. Después tuvo un acercamiento con el bando de Sebastián Lerdo de Tejada y, entre 1872 y 1874, trabajó para el periódico Juan Diego. Entre 1877 y 1881, con la firma de Gaitán (anagrama parcial de Santiago), publicó sus trabajos en Don Quixote, La Cantárida, La Casera y El Rascatripas, las publicaciones prolerdistas y antiporfiristas más notorias de la época. Durante el porfiriato, fue uno de los colaboradores fundamentales de El Hijo del Ahuizote.

Además de ser uno de los caricaturistas más importantes del siglo XIX, Santiago Hernández también fue un ilustrador prolífico. Ilustró novelas, retrató a próceres y contemporáneos, dibujó cuadros históricos y “vistas” para todo tipo de textos, folletos y revistas. Entre los libros que ilustró se cuentan joyas como El libro rojo (a partir de cuadros del pintor Primitivo Miranda), Martín Garatuza, Piratas del golfo, Memorias de un impostor y Los ceros (todos escritos por Vicente Riva Palacio); así como álbumes de gran formato, como la Historia del ferrocarril mexicano y Hombres ilustres mexicanos.

Su muerte, acaecida en 1908, fue noticia de primera plana en varios de los periódicos de la capital. Su obra pasó al olvido y empezó a revalorarse hasta finales del siglo XX.